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Malditos olores

 
Publicado en el diario Diario El Comercio año 2002.

Mal asunto traemos hoy a estas páginas porque si alguna asignatura pendiente le queda a la hostelería asturiana, esa es precísamente el conflicto de los olores a fritanga y cocina que invaden no pocos comedores.

Hace algunos años encontrar unos servicios limpios y equipados era motivo de comentario y alabanzas, hoy, afortunadamente, ya es tan raro encontrar alguno en malas condiciones que cuando eso ocurre, la negligencia le puede costar un disgusto al propietario (hay tres chigres donde se come magnificamente y que me niego a incluirlos en ninguna guía hasta que no reformen sus instalaciones).

Pero con olores, la cosa cambia al lado opuesto hasta el punto de que en uno de los mas afamados restaurantes de Oviedo, como te toque la mesa que está cerca de la puerta de la cocina, a la ya de por sí notable factura del menú, hay que añadirle la de la tintorería.

Hace algunos días estuve comiendo en un chigrín de Gijón (no pienso decir su nombre porque son personas encantadoras y encima cocinan de miedo) y no solo tuve que echar a lavar toda ropa que llevaba, si no hasta los abrigos que estaban en el perchero donde colgué el Barbour que llevaba ese día.

Hasta el Parking de el Vasco en Oviedo deja olor a fritanga en la ropa por la noches cuando las sidrerías de la calle Gascona se ponen a cien.

Otra barbaridad son los jamones serranos colgados en las barras.

- Menudo olorcillo ¿eh?, me decía el otro día un chigrero mostrándome orgulloso una gran partida de jamones.

- Sí, le contesté, vaya peste.

Por simple lógica, la capa externa de tocino de un jamón que tenga buena crianza, está enranciada, y aunque su carne sea un manjar, lo que huele es esa parte exterior y esa, apesta.

Sin contar con que todos los olores propios de un bar se pegan a la grasa, con lo que una colección de jamones son como un imán para todo tipo de humos, que luego a su vez exhalan esos vapores, creando un ambiente irrespirable e incrustándose irremisiblemente en la ropa de los clientes.

Desde que lanzamos el suplemento gastronómico, LLANTAR, en las páginas de Internet de EL COMERCIO, rara es la semana que no recibo algún correo electrónico de lectores indignados que protestan por las siempre críticas positivas que hacemos en la sección EL CHIGRE.

Y desde aquí les respondo que tienen razón, pero lo mas grave es que estos problemas de olores no son patrimonio exclusivo de las sidrerías, si no que también lo comparten muchos de los restaurantes que aparecen en la página siguiente.

¿Sería conveniente introducir un nuevo parámetro en la columna de datos que se llamase «Olores :»?

Pues quizás sí y sería una delicia poder describir esos aromas a playa que inundan el comedor de Balneario de Salinas, o los de marisco vivo de La Zamorana, incluso ese entrañable tufillo a fuego de roble con que nos recibe El Llagar del Quesu o el de sidra limpia recién escanciada de El Cartero.

Lo malo será tener que describir con semántica escatológica las sensaciones percibidas en la mayoría de los locales y no me refiero a falta de higiene, si no a olores que les son tan familiares a quienes allí trabajan, que ya ni los detectan o hasta los asumen como parte de su personalidad.

A lo mejor diciéndoselo desde estas páginas toman conciencia de su gravedad y dentro de un par de años será otra asignatura aprobada con sobresaliente como la de los servicios.

Dios nos oiga.

 

Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar el enlace a Escuelas de hostelería

 

 

Escrito por el (actualizado: 17/12/2012)