Guadalpín y las cinco estrellas
En estos días, hablar de Marbella para algo que no sea denunciar algún tráfico de influencias, encarcelación de políticos, escándalo financiero, o cualquier asunto propio de la prensa amarilla (a los de Localia TV., que vinieron para entrevistarme por lo de la presentación de la guía, casi los apalean pensando que eran los del Tomate disfrazados), resulta vulgar, casi fuera de tono, así que nosotros vamos a hablar de gastronomía, para llevar la contraria, como siempre.
Conviene puntualizar que, aunque la fachada del hotel Guadalpín Marbella es la que sale en todos los Telediarios, el edificio que van a demoler no es este, sino uno que está a unos cien metros, pero bueno, les hará ilusión sacar este que es más bonito y lleva un montón de años funcionando dentro de las más absoluta legalidad (quizás el fiscal debería también preguntar el motivo de este atropello).
Hace cosa de un año les dábamos la noticia que el Ristorante Ambasciatta, dos estrellas Michelin en Quistelo- Mantova (pinchen aquí para verlo) abriría en el nuevo Guadalpín Banús y ahora se lo confirmamos, porque el martes cenamos allí.
Les parecerá redundante, pero es que en Marbella uno nunca sabe, de hecho, la madrileña marisquería Porto Belo, también iba a abrir y no lo ha hecho (en la guía de Golf y Gastronomía que saqué en Marzo, ya tengo que hacer cinco correcciones, pero voy a esperar hasta el día antes de meter en máquinas la nueva edición, porque de aquí a entonces seguro que habrá otra docena de cambios).
De momento el que sigue dirigiendo el cotarro es Ramón Freixa y esperemos que por mucho tiempo, ya que su cocina sigue epatando (a pesar de que, como ustedes saben, últimamente yo tengo alergia a los desfiles de vajillas), por lo que podemos confiar en que los Guadalpín siguen siendo hoteles gastronómicos..
Pero el motivo profundo de este artículo, son las cinco estrellas.
Hasta hace unos años, ir a un hotel de cinco estrellas suponía, además de un estacazo, ser recibido por un conserje de librea, un director amable, unos maleteros encantadores, unos camareros solícitos y, en definitiva, un servicio palaciego que diferenciaba las buenas instalaciones de un **** de las de un establecimiento de lujo. Ahora parece ser que a las ***** hay que añadirle el apodo Gran Lujo, porque de lo contrario, de aquellas ***** de los setenta, solo queda el estacazo.
Mi primer contacto con esta cruda realidad fue durante un congreso que la Asociación de Sumilleres de España celebró en Santiago de Compostela en el hotel Puerta del Camino. Raro fue el inquilino que no salió a tortas con alguno de los recepcionistas que, a la vista del trato que dispensaba a los clientes, se podía deducir que habían confundido su vocación con la de sargento de la Legión.
En la guía de Golf y Gastronomía, doy buena cuenta de lo que sufrimos en el Hesperia Golf & Spa de Playa de San Juan, Alicante, pero es que, en los últimos dos años, ya he comprobado que lo habitual es que en estos ***** ni te recojan las maletas, sobre todo si está cerca de algún Palacio de Congresos, porque ahí está el negocio, vender un *** a precio de *****, porque como el pagano es quién organiza el evento y no el que sufre el alojamiento, pues leña.
Hace pocos días, en Valencia, mi amigo Antón, experto hostelero y gran defensor del selecto Club Q, de calidad hostelera, casi pierde la compostura cuando, después de sus buenos veinte minutos esperando a que un chico cuya chapa decía “Maletero”, intentase sin éxito imprimir la factura, pretendiendo encima librarse del engorro alegando avería del ordenador, cuando por fin apareció la recepcionista y, de muy malas formas, nos espetó:
- Señor, todos tenemos que aprender.
- Señorita, le respondió mi amigo agarrándose a la barra para no saltar, ustedes tienen una Q de calidad en esa puerta y en sus protocolos establece bien claramente que los aprendices no pueden hacer prácticas con los clientes y menos aún en solitario y desempeñando funciones que no corresponda a su cargo y a mi me ha atendido un maletero … (interrumpo aquí el discurso porque el resto se puede imaginar).
¿Es esto de recibo?
Pues yo creo que no, sobre todo cuando aún existen ***** en los que hasta el maletero que te recibe en el taxi es encantador, todos los camareros te sonríen al cruzarse por los pasillos, las recepcionistas, además de hablar todas las lenguas vivas de occidente, son monísimas y, si llegas tarde al desayuno, el maître se ocupa personalmente de que puedas recuperarte si necesidad de tener que recurrir a la fuerza.
¡Qué gusto! Es lo primero que pensé cuando entramos en este hotel y no ya por el lujo, sino porque sentí que por fin iba a ser bien atendido. Hasta el sumiller era un magnífico profesional que supo indicarme las peculiaridades de ese raro vino italiano con qué acompañó los papardelle.
Un anuncio de coches preguntaba “¿No será el espacio el auténtico lujo?”, y yo le respondo: “Pues no señor. Desde que el día uno de junio de 1898, Auguste Escoffier y César Ritz, inauguraron su propio hotel en la Plaçe Vendôme de París, el concepto Lujo viene indisolublemente ligado al buen servicio, de modo que un hotel muy espacioso, será muy grande, pero no un *****”
Gracias, Guadalpín, por darme la razón.