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Comer en Agosto

 
Publicado en el diario Diario El Comercio año 1999.

Yo también fui guiri durante muchos años, mas de treinta, y por eso me considero con el suficiente conocimiento de causa como para poder meterme en la piel de esos pobres capitalinos, que lejos de ser engreidos chuletas, como algunos piensan, en realidad son pobres víctimas de una sociedad absurda que les obliga a trabajar catorce horas durante once meses al año, con el único propósito de poder disfrutar de unos días de vacaciones en semana santa, y otros pocos en verano.

Por eso cuando llegan, están tan agitados que apenas si pueden asimilar toda la belleza y encanto que nuestra querida Asturias les brinda, ya que, en vez de disfrutar del aire limpio que respiran, quisieran comparlo en botes, para poder llevárselo a su pisito de Móstoles.
Y claro, como en vez de tomarse las cosas con calma, lo que están pensando es: «Dios mío, dentro de diez días ¡tendré que volver a zambullirme en la vóragine durante otros once meses y medio!», pues lo que hacen para saciar su angustia, es engullir todo lo que encuentran a su paso.
«Que ricos están estos langostinos, comenta en voz alta un acomodado caballero, padre de dos niños verdes. Seguro que los acaba de sacar de entre las rocas alguno de estos lugareños», hipótesis que se ve corroborada por una señora que se esconde tras un biombo de maquillaje y abalorios, y por el ranchero del chiringuito, quién, guiñándole un ojo, le da a entender que el pescador es Toñín, el tonto del pueblo, que vive feliz usando una madreña a modo de teléfono movil, y quedándose con todas las foráneas que le sacan fotos de medio plano.
Evidentemente los langostinos no son de Cudillero, ni de Tazones, ni de Luarca, ni de Ribadesella, porque desde el jurásico, o quizás antes, en todo el Cantábrico nunca hubo otras gambas o langostinos que los que por vía terrestre, llegan a los chigres en cajitas de cartón desde los mas lejanos puntos del planeta. Serán de cualquier mar o ría del mundo, menos del Cantábrico.
En cuanto a centollos, ñoclas y andaricas, este no es momento de probarlos, pero como la mayoría vienen de criaderos franceses y escoceses, pues da lo mismo.
Están muy buenos los percebes, y además es muy divertido ir a cogerlos a los acantilados, porque como están en veda, si te pillan te pueden meter una multa de medio kilo y hasta pasar varios días a la sombra, lo que supone un aliciente suplementario al ya de por sí emocionante riesgo de que una ola de desuelle vivo contra las rocas.
Entrando ya tierra adentro, también son muy recomendables las truchas, que con toda garantía se sirven en cualquier barín o comedor de hotel, porque todas, salvo que estén ya algo podres, tienen el certificado de origen de la piscifactoría.
Evidentemente también hay visitantes que optan por seguir los consejos de las guías gastronómicas e ir donde vamos los gourmets autóctonos, y así podrán comer en agradables y limpios restaurantes, bien servidos, con materias primas de excelente calidad e impecablemente manipuladas, y al final pagarán poco mas o menos lo mismo que en ese chigre del puerto, pero claro eso no tiene ni pizca de gracia ni de emoción.

 

Si le interesa leer más sobre este tema, pínche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar el enlace a Escuelas de hostelería.

 

Escrito por el (actualizado: 17/12/2012)