Cocinando en TV
A partir de Nochevieja, me había propuesto escribir solo buenas noticias, porque este año del Perro es propicio para los nacidos bajo el signo del Caballo y desde luego que para mí no pudo empezar mejor (dos premios en apenas un mes, es todo un record), pero es que hay movidas que desquician al propio santo Job, como el cachondeo que se ha montado con la cocina en televisión.
Cuando el simpático Karlitos Arguiñano empezó a vacilar con sus perejiles, parecía que aquella excentricidad era un marujeo impropio del milenio que se aproximaba, ya que las mujeres estarían todas trabajando como ejecutivas en los más altos cargos de la política o altas finanzas del país, y desde luego no haciendo lentejas para sus denostados ex amos del castillo.
Pero su gracia triunfó y no solo muchas señoras descubrieron que cocinar era de lo más divertido, sino que muchos jóvenes incluyeron este oficio entre sus sueños, tal y como hiciéramos los de mi generación con los de bombero, piloto de Iberia, o torero.
Karlos cambió el panorama de la hostelería, hasta hizo que los cocineros fuesen guapos, porque, hasta los ochenta, solo aterrizaban por los fogones quienes no habían podido estudiar para sacar una plaza de funcionario de correos o maquinista de la Mercante.
Pero en este país, que no reconoce ni valora las buenas ideas pero sí las copia hasta el desgaste, de pronto los productores de TV han descubierto que la cocina vende, que capta cuotas de audiencia insospechadas, y como si la campana hubiese tocado “A rebato”, todos se han vuelto locos fusilando o comprando programas culinarios a otros países como Inglaterra o Argentina, donde, curiosamente, este tipo de TV se hace, y bien, desde hace décadas (el otro día pusieron una película de los años sesenta sobre el crimen de un presentador de TV que hacía cocina, ¡en USA!).
Karlos sigue haciendo las cosas bien, divertidas, amenas, didácticas, aunque eso sí, publicitando hasta los palillos. Pero bueno ¡qué coño! Bien que se lo ha currado, lo que es indecente es esa recua de sucedáneos que han inundado todas las cadenas ¡hasta Gran Hermano! (aunque solo sea por higiene, yo creo que habría que separar la cocina de semejante inmundicia).
En apenas unos meses hemos pasado de la carencia a la saturación y, como suele ser habitual en estos desbarajustes, abundan los golfos que aprovechan el río revuelto para sacar una tajada que otros habían dejado curar como Dios manda.
Ya empieza a notarse el rechazo social y es comentario popular el preguntarse qué misterio ha pasado con la cocina que se habla de ella tanto como del fútbol (ya sé que es una exageración, ojalá se hablase tanto de cualquier aspecto social o cultural como de esa peste que tan poco tiene de deporte).
De lo que no se habla es de la incompetencia de la mayoría de estos nuevos comunicadores, de estos cocineritos que harían mejor en ocuparse de sus clientes, de darles bien de comer y no de posar tanto para las cámaras. O si quieren ser estrellas de la TV, al menos que aprendan a comportarse delante de ellas.
Hablo incluso de un mínimo de control administrativo, porque la TV es un arma de tal proyección, que una burrada lanzada en este medio, es dogma de fe, y puede hacer mucho daño.
Hace unos días vi a uno de estos genios abriendo una ostra. Debió ser la primera vez en su vida que lo intentaba, porque se tiró diez minutos peleando a brazo partido con el obstinado bivalvo, pero lo más indignante es que daba consejos de cómo debía hacerse ¡y ni siquiera había cogido una servilleta para protegerse la mano de un posible corte!
Todos los que hemos trabajado en hostelería y abierto algunas docenas de ostras, sabemos que, por semejante imprudencia, hay muchos camareros y cocineros medio mancos de la mano izquierda.
Otra. El gran Sergi Arola, que da hasta cargo de conciencia ver como se asfixia haciendo un revuelto, metió una cuchara que tenía en un vaso de agua, en un pucherito con aceite hirviendo. Como era de esperar, se armó la de San de Quintín y entre explosiones, aullidos e interjecciones altisonantes, reconoció que había cometido una imprudencia, menos mal.
Solo son dos apuntes, un botón de muestra, pero es que salvo alguna excepción que confirma la regla, lo que estamos viendo es un escándalo. Monigotes que salen disfrazados de pirata, un inglesito, Jamie Oliver, que cocina en camiseta y se mesa los cabellos antes de manipular el pescado (yo creo que también después, así se ahorra la gomina para el peinado punky), torpes manazas que soban la comida hasta provocar nauseas (no sé lo que venderán en sus restaurantes, pero solo con ver como manosean los filetes, yo ya tengo una lista de sitios donde no ir).
Recuerdo un profesor de sashimi que nos enseñaba a cortar el pescado usando solo los palillos. “Si lo tocáis con la mano, comentaba, el calor y el sudor harán que pierda brillo y tersura”. Qué bien les vendrían unas clases del maestro Nomura a estos nuevos actores de TV. O simplemente aprender del simpático Karlitos de cómo elaborar un plato para que la propia ejecución ya resulte atractiva, y no que, como está pasando ahora, a la vista de cómo soban una y otra vez los productos ante las cámaras, nos sugiera lo que deben hacer cuando están parapetados en sus respectivas cocinas.
Esperemos que estos saltimbanquis no maten la gallina de los huevos de oro.
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