Cestas de Navidad
Se acerca imparable una de las épocas mas oprobiosas del año, La Navidad, y con ella, además de los atascos y las pagas extra, nos llegarán las aborrecibles cestas, un invento diabólico mediante el cual nuestros enemigos suelen vengarse con saña por las ofensas que les hayamos podido infligir durante el resto del año.
«A ver, Martinez, tenga esta, la suya y que pasen, usted y su familia, una feliz noche».
De sobra sabe ese cruel jefe que el pobre subordinado tendrá que pasar un calvario llevando la espantosa estructura de plástico y papel celofán por media ciudad, que tendrá que pelearse con el cobrador del autobús y con el vecino de asiento, que será objeto de burlas de los amigotes al verle pasar delante del bar y que, encima, cuando llegue a casa, la mujer y los hijos le increparán por la tacañería con que es tratado en el trabajo.
«A ver que bazofias te han regalado esta vez, le espetará la suegra nada mas verle cruzar el descansillo, porque el año pasado las latas estaban todas medio caducadas y las únicas que se salvababan eran de codornices en pepitoria. Desde luego hija, ya podías haberte casado con un fontanero. Por lo menos tendríamos jamón de bellota para cenar hoy».
Y el pobre Martinez tendrá que ahogar sus penas bebiendose la botella de sidra espumosa que venía en la cesta.
Luego están las lujosas, que tampoco quedan mancas, porque tienen el agravante de que, como son estandar, el que te las regala sabe que vas a ir a tal o cual gran superficie para intentar cambiarla por lo que a tí te gusta, y así cuenta con que tendrás que sentirte agradecido por haber recibido un regalo de cuarenta o cincuenta mil duros.
Porque, esa es otra, siempre sucede que, como no hay la menor personalización, basta que te guste el vino de Priorato para que tu cesta lleve Rioja, o viceversa y como el hiper ha preparado los lotes en base a ofertas draconianas que ha sacado a cada bodega, pues cuando intentas cambiar el Viña Albina por un Cervolés, el Moët por Bollinger, o simplemente la cesta entera por vales de compra, el dependiente te contesta ese terrible «Sin el ticket de compra no se puede hacer el cambio» y a partir de ahí empieza la peregrinación de la cesta.
Yo recibí en el mes de marzo, por mi santo, una que había obsequiado por Reyes a un amigo, y que a su vez me había regalado a mí por Navidad un emocionado lector.
Como ya me pareció muy fuerte usarla para cumplir con un sobrino que se casaba, decidí romper la rueda dándosela a la asistenta, lo que me valió tener que estar fregando quince días hasta que se le pasó a la pobre mujer la intoxicación que se cogió a comer una lata de foie, que milagrosamente no había previamente explotado.
¿Y los jamones?¿Qué me dicen ustedes de los jamones? Pero ¿como se puede ser tan sádico para regalar un jamón sabiendo que nadie sabe como cortarlo, ni dispone del adecuado instrumental de disección en una casa particular?
Desconozco la estadística, pero seguro que en estas fechas el número de ingresos en urgencias por amputación y fileteado de brazos y manos, debe dispararse.
Con lo facil que es regalar una simple latita de trescientos gramos de caviar Beluga, aunque sea Sevruga u Oscietre y una botellita de Roederer Kristal, que hacen una cena íntima encantadora y así la pareja obsequiada, brindará a la salud del distinguido proveedor, recordando el resto del año su buen gusto y cuantos palés habrá que consumirle para que repita el que viene.