Caviar o no caviar
Caviar Beluga en caviarera de plata
Diario El Comercio año 2000
El mundo cambia, las costumbres se alteran y, dentro de esta vorágine tan fascinante que ha permitido en unas pocas décadas lograr lo que la humanidad no había conseguido a lo largo de milenios, dar de comer jamón, huevos, pollo y salmón al pueblo todos los días, también hay aberraciones, absurdos, esperpentos, o bobadas que invitan a la reflexión, como por ejemplo los sucedáneos de caviar.
La proliferación meteórica de estos productos es algo tan absurdo pero a la vez tan indiscutible, como la de esos programas de televisión que se recrean en las miserias humanas.
¿Qué función tiene producir unas bolitas de extraño sabor a residuo portuario, a material químico, a vísceras de pescado, en suplantación de otro producto que apenas nadie ha probado y que por lo tanto no tiene la menor incidencia social?
Pues aunque resulte tragicómico, parece ser que el único objetivo consiste en que sus consumidores puedan al día siguiente presumir ante los vecinos de haber cenado caviar.
«¿De cual? pregunta la cuñada poniendo cara de experta ¿Del que sabe a anchoa, del de marisco o del Euro?»
«No mujer, responde muy ufana Yoli mientras desenreda un murciélago de los pelos de su hijo Jonathan, ya sabes que a nosotros solo nos gusta lo auténtico. En casa solo compramos Mújol».
«No mujer, responde muy ufana Yoli mientras desenreda un murciélago de los pelos de su hijo Jonathan, ya sabes que a nosotros solo nos gusta lo auténtico. En casa solo compramos Mújol».
Y así, como quién no quiere la cosa, le acaban de conceder el título de caviar original a unos perdigones fabricados sintéticamente con vaya usted a saber qué derivado plástico.
Antes, cuando no había mas salmón que el autóctono y por tanto era apreciadísimo, los que no podíamos probar tan excelso bocado nos contentábamos con la trucha ahumada, que por cierto está riquísima, y eso sí que podía considerarse como un sucedáneo, pero lo de las pelotillas estas, es como si en vez de un centollo del Cantábrico te dan una boñiga de vaca metida en un coco.
Qué quieren que les diga, yo francamente prefiero comerme un bocata de anchoas.
Además, y aunque parezca una petulancia, darse una vez al año el gustazo de probar una latita de auténtico caviar iraní, tampoco es como para arruinar a la familia, porque seguro que el que más y el que menos. en alguna ocasión se ha fundido sus buenos cinco mil duritos de una sentada.
Y ya puestos a ello, pues hagámoslo con todas las de la ley, en el comedor mas fantástico, servidos por los mejores maîtres y acompañado con un buen champagne (lo de la señorita, que todos habíamos pensado, tampoco es broma, pero ese tipo de fiestas ya sí que se pone en un pico).
Conseguir una lata de Beluga calibre triple cero y en perfectas condiciones de frescura, es casi imposible para un buen profesional de la hostelería, así que para los transeúntes, ya entra en el mundo de la quimera.
Además, en este tipo de productos, el margen que aplican los restauradores es tan exiguo que por ejemplo en la tienda Mallorca del aeropuerto de Barajas el otro día vi que vendían el Beluga normal, más caro que el precio a que tienen en carta el triple cero en el Balneario de Salinas, y encima teniendo uno que asumir el riesgo de que haya algún defecto de envasado (al ser una semiconserva cualquier interrupción en la cadena de frío puede provocar alteraciones en la calidad).
Además esta casa es una de las pocas de España donde se puede conseguir Roederer Cristal recién corchado, y después de una fiesta así, les aseguro que hasta se puede asumir el divorcio con cierto optimismo.
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