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Confituras y mermeladas

 
Diario El Comercio año 2000.
 

Una gran parte de los productos que hoy día adornan las mesas de lujo tienen su origen simplemente en una manera primitiva de conservar aquellas materias primas que, a falta de neveras, se echaban a perder en pocos días si no se trataban con aditivos conservantes, bien fuera sal (jamón serrano, caviar, mojama), humo (salmones, truchas, anguilas, lampreas, quesos, embutidos), pimentón (chorizos, morcones, lomos), etcétera.

Y por supuesto el azúcar.

Antaño las frutas se conservaban en miel (el azúcar de caña se empezó a consumir en España en el siglo VIIIº, traida por los árabes que aprendieron la técnica al invadir Persia que a su vez la cogió de los azucareros de Bengala), lo cual era un lujo desorbitado ya que esta era escasa y tan solicitada que solo podían acceder a ella los cortesanos (imagínense si hoy no tuviesemos azúcar blanca ni sacarina, lo que costaría la miel).

Con los siropes y melazas obtenidos de la caña, la conservación de las frutas, y su consiguiente consumo, se popularizó bastante mas, pero aún así fue objeto de deseo reservado a las altas clases hasta que en el siglo XVI se creasen las grandes plantaciones e ingenios en las colonias caribeñas.

Y esto es un decir porque realmente hasta finales del XIX en que el invento napoleónico del azúcar blanca (de remolacha) no empezó a dar resultados industriales, el producto de la caña siempre fue muy caro.

Respecto al origen de la palabra mermelada hay controversias sobre las que hasta ahora nadie se ha puesto de acuerdo.

El D.R.A.E., como suele ser habitual en la Real Academia, pasa olímpicamente de la gastronomía y se lava las manos diciendo que procede del latín melimelum, membrillo, y que por tanto es esta fruta, u otra, conservada en miel o azúcar.

Vale.

En realidad esta etimología procede, como dice Apicius en su de re coquinaria, de que en Roma los membrillos se cubrían de miel y defritum para su larga conservación y de ahí surgía un dulce para acompañar otros productos como carne o queso.

También se dice que fueron los ingleses quienes popularizaron este vocablo para definir ese dulce de naranjas amargas que tanto les gusta, por lo que algunos paises solo se usa para esta confitura en concreto.

Sin embargo en el libro «Delicias de la mesa» (Fudalat al-khiwan), escrito en 1238 por el murciano Ibn Razin Tujibi, el mas antiguo tratado de cocina español conocido aunque se suela atribuir este honor a Ruperto de Nola, cuando habla de mermelada se refiere a unas obleas que se desmenuzan sobre la miel o el sirope para preparar diferentes postres.

En fin, un lío que solo nos lleva a aconsejar que sería mejor decir confitura, palabra con la que no hay dudas.

Y todo este rollo era simplemente para llegar a la conclusión de lo absurdo, ridículo, y sinsentido, que resulta el hecho de que en estos momentos un tarro de la mejor mermelada española, con un 57% de fruta natural, por el simple hecho de que solo cueste treinta o cuarenta duros, ya nos parece un producto basura, como las sardinas de lata (otro gran logro de nuestra civilización).

No es que un servidor de ustedes piense poner una fábrica de confituras en Asturias, ni tampoco se trata de ninguna cruzada para aumentar su consumo, simplemente es una reflexión que me hice al ver los precios de estos tarritos tan monos en un lineal en el super, y así se la he contado.

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Escrito por el (actualizado: 02/08/2015)