Restaurante La Tená de Alfredo

No hay barra, sólo comedor, pero Cuqui es un tipo tan encantador y que comprende tan bien la nueva hostelería que permite que sus mesas se usen para picar informalmente –que es lo que presta–.

Sin desmerecer para nada el enorme esfuerzo que este joven empresario está realizando por dignificar la gastronomía de este diminuto y extravagante concejo, hasta hace poco condado, yo diría que Cuqui, más que un gran hostelero, es un magnífico gourmet que ha puesto un local para compartir sus inquietudes y sus hallazgos, porque no hay producto en el mundo, ya sea vino, aceite, trufa o huevas de langosta, que se escape a su escrutador paladar y a su sagaz investigación.
El local es diminuto y coqueto, con lo que suele estar abarrotado casi siempre, porque a mediodía sirve menús (no sé para qué, porque con esos precios, debe perder dinero) y por la tarde es una romería de gente joven que viene a tomar una buena botella extravagante con alguna golosina, como esas mollejas que aparecen en la foto, porque su selección de vinos es realmente sorprendente.
Pero es de justicia decir que en realidad este local es un restaurante y de gran nivel culinario, porque tanto Sabina, su madre, como Victoria, su mujer, están en los fogones y preparan un gran repertorio de platos a cual más personal, desde los clásicos callos o picadillo de la zona, hasta sofisticaciones como las uñas de gochu rellenas de moscancia con langostinos garrapiñados, lo que pasa es que a mí me gusta comer todo eso informalmente, repartido por la mesa, sin respetar orden ni concierto.

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