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Navidad 96

 
Diario El Comercio año 1996.

Para estos días que se avecinan, las asociaciones de consumidores recomiendan mucha precaución con las compras porque los mercaderes se aprovechan de la voragine y se ponen las botas, sin embargo estas fiestas deben celebrarse en toda su dimensión, y unas Navidades sin despilfarro, no son tales.

Comprar el turrón en el mes de octubre para ahorrarse veinte duros y el besugo en setiembre para guardarlo en el congelador, además de ser una tristeza, es reventar por completo el espiritu navideño.

Las fiestas de por sí son todas un poco horteras, sobre todo la Navidad, porque eso de tener que emborracharse por ser fin de año, o reunirse toda la familia con cara de santurrones hipócritas porque es Nochebuena, no me negarán que es una sandez, y encima celebrar sendos acontecimientos gastándose los ahorros del trimestre en un marisco que al cabo de una semana costará una cuarta parte, pues es de memos, pero es que la fiesta debe ser así: infantil, irresponsable, surrealista, en definitiva: mágica.
Como decía Homero al narrar el viaje a Itaca de Ulises, lo importante no era llegar a la isla, sino el propio viaje en sí.
En estos días lo importante no es la cena “per se”, afortunadamente hoy día podemos celebrar 364 banquetes de Nonochebuena, de Nonavidad o de Noañonuevo, sin embargo estos días tienen una cierta magia que nos invade el cuerpo y nos pide marcha, salir a comprar cosas inutiles, golosinas infames llenas de celofan y cintas de seda que aunque cuesten un pico, terminan irremediablemente en la basura porque resultan incomibles.
Es la fascinación de la compra por sí misma y por tanto esta debe voluptuosa, desenfrenada, con mucho ruido y parafernalia.
Del mismo modo que uno no puede comprarse un mechero Dupont de diezmil duros en una gran superficie para ahorrarse quinientas pesetas porque resultaría grotesco, para la cena de Nochebuena tampoco podemos mirar el precio de los langostinos, porque precísamente la gracia está en eso, en el susto que nos llevamos al ver lo que costó la cenita de marras.
Si usted es una persona razonable, pues en vez de un Cartier se comprará un Bic, y en vez de marisco estos días comerá bacalao, al fin y al cabo los mecheros de veinte duros son los que mejor funcionan y el pescado seco no produce intoxicaciones.
Sin embargo, si ama usted la vida, si le gusta disfrutar cada día de la pasión de haber nacido, si aún se le calientan las venas cuando ve un anuncio de Claudia Shiffer, entonces vaya usted a la mejor joyería del Principado, disfrute de su rancia moqueta, de ese olor a aristocracia caduca que la invade, y cuando tras preguntar al dependiente cuanto cuesta ese reloj IWC del catálogo y este le responda que sesenta y cuatro millones de pesetas, pues pregunte con la mayor naturalidad cual es el plazo de entrega. Luego vaya a una pescadería de esas con luces halogenas y comprese una buena langosta, total, con lo que se ahorrado del reloj, tiene usted como para suicidarse comiendo caviar.
Y la cesta que le han dado en la empresa, regálesela a algún mendigo, seguro que él se lo agradecerá y total a usted lo único que le hará ilusión es romper el envoltorio y criticar lo rácano que es el jefe que en vez de poner latas de foiegras de oca las puso de pasta de cerdo.
Esta es una fiesta pagana, de lujo y desenfreno, el San Juan Evangelista de los Templarios, el Solsticio de invierno de los druidas. Ya tendremos el resto del año para echarnos las manos a la cabeza y gritar: “La madre que me parió” cada vez que nos llegue el recordatorio de la tarjeta de crédito.

¡Feliz Navidad!

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