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Vinos rosados

 

Publicado en la revista PlanetaVino nº29, sección: El Toque del Quera.

España, imperio donde no se ponía el sol y los hombres eran todos más machos que el caballo de Espartero, consideró históricamente que los vinos rosados eran una mariconada, “ni chicha ni limoná”, que dicen los castizos, por lo que nunca gozaron de reconocimiento gastronómico. Recuerden que en aquellos tiempos las mujeres y los afeminados no votaban. Los demás tampoco, pero eso es harina de otro costal.

Con la llegada de la democracia y las distintas aperturas sociales, los vinos rosados empezaron a tomar cierta carta de presencia en las mesas nacionales y con la apertura de los armarios, yo pensé que estos vinos, muchos de los cuales son realmente excelentes, serían la bomba, pero me equivoqué, como casi siempre. Parece ser que los gays están tan preocupados por poder  embutirse en sus pantalones de Versace, que no beben vino, solo agua mineral y sin gas (por las flatulencias).

Y hete aquí con que un país cuya climatología permite hacer vinos rosados de alta gama (se recogen uvas con una IPT tan alta, que con una ligera maceración se obtienen perfumes embriagadores), pues apenas si se consigue sacarlos de los almacenes, porque las señoras prefieren esa especie de vino con gaseosa que traen de Italia y que suena tan bonito, “Lambrusco”, y los machos, como es lógico, no tienen reparo en atiborrarse de esas pócimas que sirven en los bares como “vino de la casa”, cuando por el mismo precio podrían disfrutar de un magnífico rosado.

Como podrán adivinar, un servidor de ustedes adora este tipo de vinos, me refiero a los buenos, y es que, entre otras cosas, me permite el trago largo, algo que me encanta, sentir fluir el vino por el gaznate, pero sobre todo es una herramienta formidable a la hora de trabajar con los maridajes.

Para empezar no hay un vino rosado, si no cientos de ellos, porque se hacen con cualquier uva tinta, desde la gran clásica de Navarra, la Garnacha, que da unos vinos de lágrima dignos del mejor banquete (la normativa del CRDO Navarra, exige que todos los rosados sean exclusivamente de lágrima, o sea, sin prensa), hasta los nuevos Cabernet o Merlot, que parecía que iban a despertar el mercado. Hubo uno del Somontano que hizo estragos, aunque el éxito y la avaricia de su director comercial, hicieron que la calidad se resintiese hasta el extremo de caer en desgracia. Los hay secos, poderosos y complejos, como el mejor de los tintos. Y los hay floridos, afrutados, alegres, intrascendentes, casi juveniles. Una gama riquísima donde elegir.

Volviendo a los maridajes, puedo decirles que hasta mi tiránico jefe, el sádico Proensa, un macho, macho, y por tanto poco amante de los rosados, reconoce que una buena paella, como mejor se disfruta es con un rosado fresquito, más o menos afrutado según dominen las verduras o los pescados (las verduras piden vinos afrutados y hasta ligeramente dulces, mientras que el pescado los pide secos).

Pero hay más, mucho más, porque siempre hablamos de los espárragos y alcachofas como los verdugos de los tintos, que lo son, pero no decimos nada del atroz pimentón, omnipresente en tantas cocinas regionales españolas, y que no deja en pie un vino con crianza, ni aunque sea un 100/100 de la guía (Proensa, claro). Una rodaja de chorizo picante, de esas que nos ponen cuando visitamos una bodega, desmantela todos los aromas del bouquet y deja al mejor reserva como un vino peleón. Sin embargo hagan la prueba con un rosadito perfumado y un poco mariquita, verán lo que resiste y hasta como potencia los sabores del embutido.

En fin, que lo del armario no va con los vinos. Pobres rosaditos míos, con lo que yo os quiero. 

Escrito por el (actualizado: 14/11/2013)