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Caxigalines de hombres

Sifón, soplete y abrelatas
 
Sifón, soplete y abrelatas
Publicado en la revista planetAVino Nº 13, Junio/Julio 2007, sección: Cocinillas, Para quedar como un Chef, siendo un cocinilla.

En Asturias llamamos Caxigalines a las cosas sin importancia, desde un disgusto por haber perdido ese boli que compramos en la visita a Lourdes, hasta estos artilugios de cocina que no sirven para nada, aunque eso sí, son carísimos y muy monos, por lo que no podemos prescindir de ellos so pena de sofocón y pataleta.

En primer lugar está el sifón, piedra angular de la cocina de autor y herramienta indispensable para todo aquel filigranista que quiera emular a Adriá.

Es una chorrada como otra cualquiera porque como usted comprenderá eso de comer espumas es una sandez, pero cuando vengan a cenar sus cuñados y saque usted de la nevera su Isi, todo erótico y Star Trek, y lance un soberbio chorreón de espuma de vientos de Provenza sobre la ensalada de pistilos de azucena, se habrá usted consolidado como un mago de la Top Cuisine, todo un estrella Michelin, o sea, un cretino de atar. Apoteósico.

El otro artilugio es un soplete, como el de los fontaneros, pero en fino 

Sirve para quemar, obviamente, por ejemplo el azúcar del arroz con leche, el de la crema catalana, el merengue del helado Peñasanta (más conocido fuera de Asturias como suflé Alaska, pero suena muy hortera), o cualquier otra cosa combustible, como pueden ser las pestañas postizas de Marujita Díaz.

No me digan que no es fascinante, y eso que lo ven apagado, pero cuando se enciende, además de quemar, ruge, Pfffffffffff.
Les aseguro que resulta de lo más viril, incluso intimidatorio.

Tiene el pequeño inconveniente de que, al utilizar gas butano y ser una llama directa, aporta al plato un saborcillo entre Napalm e incendio industrial, pero bueno, ya saben que en este tipo de cocina lo importante es la foto, no el sabor, así que, ni caso. De hecho, como dicen estos nuevos demiurgos de la cocina y sus respectivos hagiógrafos, uno no va a estos restaurante a comer, sino a tener una experiencia gastronómica, y nosotros no vamos a ser menos.

El tercer invento en discordia es un abrelatas 

- ¿Un abrelatas? - Pregunta un lector sobrecogido – Pero hombre, si eso es un invento de la mayor utilidad, como lo puede usted tildarlo de caxigalina.

Pues verá usted, admito que un abrelatas es incluso indispensable en toda cocina, pero este no. ¿Porqué? Pues porque este ¡solo abre latas redondas! Como lo oyen. Cuando lo compré (el fabricante no especifica lo de las latas redondas) y como me costó una pasta (todos los juguetes de mi cocina, los que vieron en la foto del primer artículo de esta sección, son de WMF, una empresa alemana especialista en caxigalines y por tanto más caras que una amante), intenté abrir la clásica lata de espárragos y al final tuve que rematar la faena con martillo y cortafríos, y usar el contenido para hacer una tortilla, claro.

Les aseguro que es un producto estrella, casi como la Thermomix, pero de ese diabólico engendro ya hablaremos en el próximo número porque hay que dedicarle todo un reportaje (caxigalines de a 60€ se pueden perdonar, pero las de 800€, ya cambian de nombre).

La receta 

Como hoy vamos de contracultura, o sea de cosas inútiles, pues para que la receta esté acorde con la filosofía del artículo, les propongo hacer un fondo de pescado.

En todos los recetarios y consejos de cocina, siempre habrá un sabio afirmando que en los fondos radica la esencia de la buena cocina. Razón tienen, pero hagan ustedes la prueba y ya verán como dentro de tres meses, hartos de verlos rodar por el congelador cada vez que vamos a coger una bolsa de guisantes, esos cubitos de caldo irán a parar al agujero del retrete.

El método es muy simple. Compramos un pescado blanco entero, merluza o rape de preferencia, y le ordenamos con propiedad al pescadero que nos lo prepare en filetes y nos guarde cabeza y espinazo para hacer un fumet (es lo mismo que un caldo, pero queda mucho más profesional). Sentirá usted un murmullo de admiración en la cola de la pescadería y hasta podrá echarle los tejos a alguna de esas señoras que se ponen abrigo de zorros para ir a la compra.

Una vez en casa, ponemos todos esos despojos en una cazuela muy grande, según sea la víctima, claro, pero que pueda nadar a gusto :-) (es una metáfora marítima). Añadimos algunas hortalizas de nuestra fruición, cebolla, apio verde, puerro, perejil, zanahoria, etc. Echamos un poco de sal, no mucha porque es mejor rectificar al final para no tener que tirarlo antes de haberlo congelado.

Llevamos la pota a fuego fuerte y, cuando rompa a hervir, bajamos el calor y retiramos unos espumarajos asquerosos que flotan por la superficie y que son residuos de sangre y otras cochinadas.

A partir de aquí todo es bello. El fuego solo debe hacer blup, blup. Los olores que desprende ya son fragancias, incluso el aspecto del contenido no produce náuseas.

Basta con veinte minutos, aunque los puristas aconsejan dejarlo horas. Entonces se cuela (mucho cuidado con que no pasen espinas) y, si es preciso, se rectifica de sal. Les aconsejo que ese día preparen una deliciosa sopa para darle alguna chance, porque una vez congelado, caput. Se deja enfriar y, antes de que se convierta en gelatina, lo repartimos en envases ad hoc, según el objetivo determinado.

Escrito por el (actualizado: 26/10/2013)