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Las Delicias del siglo XXI

 

Camino de las Dalias, 80 - Somió Gijón.

Tel.: 985 360 227

Precio medio del menú50 €
Bodega5 sobre 5
Tiene ParkingPropio
Periodo vacacionalNo
Días de cierreDomingo noche y lunes

Durante décadas, el restaurante Las Delicias fue el templo de la gastronomía asturiana, el Gran Véfour de Gijón, lo más de lo más, no solo en las mejores instalaciones jamás soñadas en nuestro Principado, si no incluso la cocina más vanguardista que pudiesen imaginar los multimillonarios que poblaban el lujoso barrio de Somió.

Luego, con el final del milenio, vino la decadencia, una trágica agonía, un lamentable periodo de despropósitos en que Valentín Villabona, el heredero del fundador, a pesar del cariño y comprensión de sus cientos de amigos, en vez de retirarse con un mínimo de dignidad, prefirió desangrar la gallina de los huevos de oro hasta su último estertor.
En la Guía Asturias gastronómica 2003 y tras advertir a Valentín que esa sería la última oportunidad que pensaba darle, escribí: “en esta casa se producen graves deficiencias que piden a gritos un reciclaje integral, una revisión de sus cimientos para poder seguir apareciendo en guías como esta.”
No volví a dirigirle la palabra desde aquella comida del año 2002 y Las Delicias no apareció en las ediciones posteriores de la Guía.
Ahora ha renacido como un verdadero Ave Fénix, un milagro de la pasta, del sentido común y del buen gusto, porque la familia Aguilera ha participado activamente en una ecléctica y sofisticada decoración, muy amable, apetecible, relajante, décontractée, que dicen los franceses para indicar que se puede ir en smoking y traje largo, o en vaqueros y camisa hawaiana (a quién le guste, claro), en plata, estar a gusto.
Marta, la hija de José Antonio (el de la pasta), y Leonor, que solo se apellida Bas y que no es la de la pasta pero sí una señora encantadora, están encima de cada detalle para que Las Delicias del siglo XXI vuelva a lucir las galas que le hicieron famoso antaño, como hiciera Lenôtre con su mágico Pré catelan, hoy día, orgullo de la más alta restauración parisina.



Las salas
No entro en los datos técnicos de comedores, salas, capacidad, etc., porque para eso está su web  y yo no hago publicidad, pero sí informar que, además de sus dos comedores de carta (el Rey Pelayo, el de toda la vida, y el Galileo, en la buhardilla), está La Galería, o sea, una galería asturiana, como las de las grandes casas de indianos, donde comíamos todo el año y que ahora podemos reservar para una comida familiar o la celebración de un divorcio, porque es una gozada comer a la altura de las copas de sus hermosos plátanos.
La barra, aquella que antes parecía un siniestro mesón castellano de la carretera de Peñafiel, ahora es luminosa y de colores atrevidos. Como será que, cuando vi a Beni (lleva tanto tiempo en esta casa que parece que forma parte del mobiliario), rejuvenecido y espléndido, me dijo: “Esto es de la buena vida que ahora llevo. ¿Qué le voy a contar a usted, don José? con lo que usted ha visto en esta casa”.
En el servicio de carta hay que destacar el oficio de Christian Perkowski, un francés de Lyon, casado con una playa, o sea que ya es gijonés, y que se curtió en el comedor mejor servido de Asturias, La Tabla de Fano  .
No falta nada, hasta hay carta de chocolates, y por supuesto de puros, destilados, aguas, postres, etc., aunque la mejor aportación, creo que es la carta para vegetarianos y celiacos, una bondad muy inteligente y loable.
Tienen todo lo habido y por haber, y hasta con una selección insuperable de vinos a precios ajustadísimos, lo que también se agradece.
Y los cuartos de baño ¡qué monada! Yo estuve allí sentado hasta que mi ex mujer entró a sacarme a bofetadas.

La cocina
Como era de esperar he dejado lo mejor para lo último, porque el papeo es el alma de un buen restaurante, y la verdad es que Ángel Arroyo, un joven con la cabeza muy bien amueblada, está haciendo un concepto de cocina apasionantemente nuevo: piensa en como dar de comer bien al cliente. Rompedor.
La estética es Berasategui, porque Ángel trabajó con el muchos años con él, o sea, que no es de los que dicen haber cocinado con Arzak porque un día pasó por el Alto de la Miracruz, si no este que fue su segundo, así que lo sabe todo.
Los precios son moderados, teniendo en cuenta el nivel de restaurante, que podemos situar en este momento en lo máximo de Asturias.
El menú degustación que nos sirvieron (yo me niego a sufrir estos desfiles de vajillas, pero este era razonable, aunque renuncié al plato de carne), se sirve por 45€ y se compuso de

 

  • Gazpacho de cerezas con crema de bogavante y pan de sidra (delicioso, aunque en vez de crema, debería llamarse picadillo)
  • Arroz negro cremoso de chipirón y tuétano con perejil salvaje (¡Sublime! El mejor risotto que he probado en mi vida, con tal complejidad de sabores y todos tan integrados, que mi mujer está todavía levitando)
  • Mero asado a baja temperatura con habitas salteados y crema de guisantes tiernos (impecable, aunque a mí me gustan más las habitas y los guisantes, con los sabores tradicionales, un poco dulzones por la cebolla frita)
  • Carré de cordero lechal con risotto de remolacha y salsa de Armagnac (ahora me arrepiento de no haberlo probado, porque deduzco como debía estar de goloso).
  • Postre de café con leche helado, untuoso de avellanas y chocolate con granizado de whisky (a mí me encantó porque era poco dulce, pero María, que es  llambiona, coincidió en que estaba delicioso, con sabores y texturas muy finas y complejas).


Un buen menú, divertido, variado, equilibrado, ligero y completo, porque con plato frío, guiso, pescado, carne y postre, no nos lleva el viento.

Y ya me he cansado de echar flores, porque acabo de comer y necesito reposo, aunque la verdad es que, a pesar del abundante ágape, me siento como una pluma. Bueno, más o menos.

Escrito por el (actualizado: 28/09/2011)