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Food & Beverages

 
Diario El Comercio año 1998.

Es obvio que los procesos mentales de los anglosajones difieren considerablemente de los nuestros, particularidad por la que en absoluto debemos sentirnos inferiores, faltaría más, sin embargo y ante determinadas evidencias, sí conviene replantearse posturas que, siendo teóricamente los latinos tan imaginativos, a veces no somos capaces de asimilar que estamos anquilosados.

Por ejemplo en la gastronomía.

Hace algunos años, a raíz de que los gringos descubriesen Europa por el asuntillo aquel de la IIª Guerra Mundial, algunos observadores se dieron cuenta de que entender de la buena mesa era motivo de prestigio en nuestra sociedad, y que comerse un steack cubierto de ketchup, acompañado de Coca-Cola y con los pies subidos a la mesa, era considerado como una ordinariez por los gentelmen del viejo continente.

Como no tenían tiempo para asimilar tanta cultura de forma natural, pues pusieron escuelas de formación intensiva, y en poco tiempo sus yuppies se convirtieron en deslumbrantes entendidos en vinos, foies, quesos maduros y Nouvelle Cuisine.

Pero no quedó ahí la cosa, porque claro, también había que convencer a los profesionales de que en un cinco estrellas el cocinero tenía que saber distinguir entre una Poularde de Bresse y un Capón de Villalba, y así se formaron las academias de Food & Beverages.

Hoy, cuatro o cinco décadas después de haberse planteado de forma pragmática sus graves deficiencias gastronómicas, son los profesionales europeos quienes pagan cantidades espeluznantes por ir a hacer uno de esos masters a la escuela de Boston, Connecticut, Washington, o Nueva York.

No son escuelas de hostelería, sino de gastronomía.

No se trata de saber como se sirve una botella, eso, el que quiera ser camarero, ya lo habrá aprendido en otro centro. En esos talleres del gusto lo que se enseña es a saber objetivamente porqué tal vino está bueno, y tal otro no vale dos duros.

O como se debe guardar un queso para que no se eche a perder, o como se debe servir el caviar para disfrutarlo al máximo, o sencillamente porqué hay vinos blancos que pueden acompañar perfectamente un determinado tipo de carne.

Que torpes son ¿eh?

Nosotros que todo eso lo sabemos ya por ciencia infusa, de nacimiento, por herencia genética, ya viene en los cromosomas de todos los españoles.

Pregúntele usted a un camarero porqué un Vega Sicilia es tan bueno, y seguro que no irá mas allá de decirle: «Tomá, con lo que cuesta, como para estar malo».

Y quien dice eso, dice lo mismo de las carnes de culón, de los rodaballos, quesos, setas, etcétera.

Y ahora la pregunta del millón: ¿que departamento, consejería, ministerio, o como se quiera llamar el responsable de esta carencia, debe tomar cartas en el asunto?

Porque escuelas de hostelería ya hay, con treinta años de retraso, pero las hay, pero ¿y las de gastronomía?, ¿a quien corresponderían?, porque yo las veo vinculadas a Cultura, Comercio, Turismo, Economía, casi hasta Asuntos Sociales, pero los que manejan los presupuestos dicen que nanay.

A ver si algún empresario se anima a poner la primera academia del gusto, seguro que pita.


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