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Adiós 98

 
Diario El Comercio año 1998.

Hay que ver lo pesados que nos ponemos estos días con eso de desear felices fiestas y prospero año nuevo a todo el mundo, sobre todo cuando en realidad lo único que estamos deseando es que llegue pronto el día once para que los niños se vayan de una vez al cole, la gestoría cierre el balance, y nosotros nos podamos ir a descansar de todo este trote a una tranquila y cálida playa del Caribe.

Esta noche será la última prueba de fuego del año, y mas de media España lo pagará muy caro, de hecho a estas horas ya habrá más de uno soltando billetones en bares y cafeterías, como si quiesiera lavar a golpe de cartera las insatisfacciones del año que agoniza, esperando así que el nuevo ciclo sea ese tan soñado.
Por nuestra parte, me refiero a los implicados en el contubernio gastronómico, o sea, ustedes y yo, lo cierto es que no lo hicimos nada mal, porque nos bebimos juntos sesenta y tantas botellas de vino, recorrimos casi todas las regiones vinícolas con D.O., perdimos un año más el campeonato de España de cocineros, nos pusimos a dieta (¿se acuerdan de las albóndigas? a mi me quedan aún varios sacos en el congelador), reventamos casi medio centenar de libros de cocina, probamos mas de cincuenta quesos españoles y extranjeros, preparamos otras tantas recetas (algunas de ellas directamente importadas desde Chile), destacamos un montón de platos por lo bien que los preparaban en una cocina asturiana determinada, y hasta nos dieron el Premio Nacional de Periodismo Alvaro Cunqueiro.

¿No les parece que nos merecemos un descanso?

«Eso, eso, grita jubiloso aquel señor bajito que tanto me odia desde que dije que tenía aspecto de funcionario, ¡vayase! Vayase de una vez y déjenos en paz a la gente como Dios manda, que lleva usted tres años revolviéndolo todo y metiéndose con todo el mundo. Que asco de hombre, nada le parece bien, con lo a gusto que vivíamos cuando no sabíamos que un vino si huele a Jerez es porque está oxidado, o si el camarero se mete la botella entre sus partes para abrirla eso resulta incorrecto. Que impertinente. ¡Rojo! ¡Masón! ¡Iconoclasta!».

Bueno, ya se ha desahogado, y quizás tenga razón.
¿Merece la pena andar todo el día a la gresca, denunciando por ejemplo la incompetencia de esa administración que será reelegida, o no, únicamente en función del presupuesto publicitario de qué disponga para la próxima campaña?
Con lo bien que viven, y lo queridos que son, aquellos que se limitan a decir que todo está bien, y lo merecida que ha sido la medalla que entregan en ese acto.
Al final, si el barco se va a pique, todos iremos al fondo igual, y si por casualidad llega a buen puerto, los protestones seremos los encausados, y los complacientes los laureados.
Así que lo mejor será sacar de la bodega una de esas botellas que seleccionamos a lo largo del año, y brindar por lo alto, por ejemplo porque hace ya un siglo que ya no tenemos que preocuparnos por el imperio, o porque desde mañana podremos ver volar el botafumeiro de Santiago.
Feliz 1999.

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