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Dulce y tierno maíz

 
Publicado en el diario El Progreso, año 1993.
 

Uno de los recuerdos mas entrañables que recuerdo de mi niñez, era cuando al final del verano, cuando los días ya habían menguado tanto que apenas si se parecían a los de final curso y cuando la vuelta al colegio era inminente, en esos días algo melancólicos que anuncian el vecino otoño, mi padre nos dejaba bajar del coche para robar algunas panojas de maíz, aún tierno, y que devorábamos entre risas y sorbetones de la leche que todavía formaba los granos.

Después, cuando ya estaban las muchachas haciendo las maletas y la casa se preparaba para el largo invierno, mi madre asaba el maíz con todas sus hojas entre los rescoldos de la chimenea que ya se encendía, aunque solo fuese por recordar cuando antaño ese era el único medio de calentar la fría casa.

Al quitar las hojas quemadas que recubrían los dorados granos, el perfume de la leña y ese característico olor que desprende el maíz recién asado, convertía esos postreros días de vacaciones en una auténtica fiesta que los críos disfrutábamos como el postre de una larga fiesta que ya sabíamos concluida.

La mantequilla casera que se fundía golosamente barnizando cada hendidura, los granos de sal que apenas caídos se fundían en aquel primitivo manjar, y las historias de mi padre que nacido en Méjico, en Tampico de Tamaulipas, nos contaba como este cereal fue el sustento de los aztecas y mayas yucatecos durante siglos.
Eran ya tardes largas en que un buen cuento convertía a aquel hombrón, profesor de medicina y gastrónomo ejemplar, en la mejor de las atracciones que ningún niño pudiese soñar.

Con los estómagos hinchados por la fartura y los colores en las mejillas por el calor del fuego, le pedíamos que nos cantase a la guitarra alguna de aquellas coplas medio picantes que recordaba de su agitada juventud, y entre risas y palmas se hacía la hora de acostarse, con el sabor en los labios del dulce maíz y el corazón lleno de una alegría que no se sabía demasiado bien de donde venía.

Ya se que no es posible resucitar a aquel padre ejemplar que me inició en el complejo mundo de la gastronomía y de otras artes esotéricas, tampoco a la gran cocinera que fue mi madre, ni volver a aquella dificil infancia, tampoco eliminar de los hogares a los alienantes televisores, máximos causantes de la falta de comunicación entre la familia, pero...¿Es tan dificil recuperar tradiciones entrañables y sencillas que a buen recaudo servirían para crear un ambiente atractivo para los pobres españolitos que sufren el impersonal mundo de las grandes ciudades?

Los yanquis han hecho un mundo al rededor de la gastronomía del maíz.
En Galicia se considera comida para cerdos.
¡Viva la televisión y la comida prefabricada!

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Escrito por el (actualizado: 09/11/2014)