La Castilla portuguesa.

Hay otra Castilla, La Nueva, La Mancha, pero esa, desgraciadamente, no nos interesa en esta guía, al menos de momento, quizás alguna vez, cuando apuesten por el turismo, el golf y la gastronomía.

Pero hay una tercera, desconocida, pero fascinante, la Castilla occidental, la que linda con Portugal, a cuyos habitantes, jocosamente, los señoritos pucelanos suelen llamar “portugueses”.

Es diferente, montañosa, verde, variada, con valles que recuerdan al norte, con ecosistemas de lo más peculiar y con una gastronomía que prescinde de los asados para dar más libertad a los cocineros creadores que mantienen más raíces moriscas que en la zona central y oriental.

Si hacemos todo el recorrido de la Ruta de la Plata, merece la pena disfrutar del recorrido de Cáceres a Salamanca. Esos montes de Plasencia y Béjar, las más bellas dehesas de la península, con encinas milenarias que deberían ser consideradas como patrimonio de la humanidad, a ver si así meten en la cárcel a los canallas que les prenden fuego por venganzas o por sacar cuatro malditos euros de su madera.

Se está dando mucho bombo al campo de El Fresnedillo en Ávila, pero yo creo que es porque está a menos de una hora de Madrid, otra razón más para que lo desaconseje.

Llegados a Salamanca, recomiendo ir directamente al hotel del campo y dejar allí el coche (lo digo por lo del sople, porque más vale pagar un taxi, que perder el carné).

Salamanca es una ciudad tan maravillosa y con tanta vida, que merece la pena echar una canita al aire hasta las tantas de la mañana, escuchando jazz en vivo y tomando copas con esa cosmopolita juventud que estudia en su legendaria Universidad.

Hay que pasearla,  conocer sus historias, de cómo el hijo de los reyes católicos montó el mayor lupanar del reino para holganza propia y de sus compañeros de estudio, hasta que murió de sífilis, claro. El porqué del dicho “andar de picos pardos”, de las fortunas de algunas famosas barraganas obispales, de las monumentales fiestas de las “vitorias”. Muchas cosas que no les voy a contar porque Salamanca se merece unos buenos paseos, entre otras cosas, porque hay unos sitios de picoteo de lo más sugerente.

El comedor más laureado sigue siendo el Chez Víctor, aunque la última vez que estuve allí, el matrimonio seguía siendo igual de antipático que veinte años atrás y sus platos los mismos que entonces. Escoffier no ha muerto, para algunos.

No confundir con el Víctor Gutiérrez, la otra estrella Michelín de la ciudad y que está llevándose de calle a los amantes de la Nueva Cocina.

Menos sofisticado, más castellano, pero también de cocina renovada, es la Hoja Charra.

Pero para mí, lo más apetecible, siguen siendo las patatas fritas en sartén, del Río de la Plata, el gran clásico de toda la vida. Ancas de rana, mollejas, champiñones, lo de siempre, desgraciadamente, también mantienen los malos modales de antaño.

En plan tradicional, pero cuidando un poco más las formas, está el Vallejo. Son gente joven, amable y hacen una excelente cocina con algunas innovaciones divertidas y con una barra de pinchos irresistible.

También son así los de El Majuelo, más informales, pero para ponerse las botas.

Háganle una visita a mi amigo Narciso (La Tahona, Pº de los Carmelitas, 23, tel 923 266 163) sin sus consejos nunca hubiera podido darles tanta información. Es un gran jugador y mejor aún gastrónomo, pero además prepara un hornazo de espatarrar (una especie de empanada típica de la zona), así que de paso que compramos un sabroso recuerdo, podemos pedirle consejo sobre lo último que se cuece en Salamanca, porque están naciendo muchos “de autor”, Momo, La Calma, El Pecado, El Monje, etc., pero Narciso los conoce todos y los sabe cribar.

Hablando de golf,  Salamanca cuenta con tres campos, Zarapicos, Villa Mayor y La Valmuza.

El de Villa Mayor cuenta con hotel, el Doña Brígida. Es de esos gigantescos complejos para convenciones y bodas, pero está en el campo y cuenta con un buen Spa. El campo es también inmenso y muy variado.

La Valmuza está todavía en rodaje, pero se le puede hacer una visita.

El más bonito, con grandes encinas, aposentado y bien cuajado, es el de Zarapicos. No tiene hotel, pero sí alquilan chalecitos, de esos tipo apartamento que pueden hacer las veces.

De todas formas merece la pena coger el coche y desplazarse a Hacienda Zorita, porque está en la misma zona, al oeste de la ciudad, a cinco minutos y es un magnífico hotel-bodega, ubicado en un antiguo convento dominico del siglo XIV, fabulosamente reformado y decorado, en el que vivió varios años Cristóbal Colón, y que forma parte de una serie de establecimientos llamada Haciendas de España y que son lo más de lo más.

Para los seguidores de la hidroterapia, a mi me encanta, está el balneario de Ledesma, equidistante del campo (debe haber seis o siete kilómetros), pero es tipo Inserso, un poco deprimente, nada de lujos, por lo que no lo incluyo en las direcciones recomendadas, solo lo cito.