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Cofradías gastronómicas

Ilustración de Dani
 
Ilustración de Dani

Acabo de recibir una nota de prensa de esas que indican “Se ruega la máxima difusión” de la Cofradía de los Nabos (no es coña), una más después de haberles pedido cortésmente veinte veces que retiren mi dirección electrónica de sus sistemas de mailing, y ya me ha parecido oportuno sacar este enjambre a la luz, porque detrás hay demasiados intereses, no siempre honestos.

Se ha puesto de moda organizar cofradías para los productos más insólitos, como en este caso los nabos de la Foz de Morcín, un coqueto pueblín situado entre los riscos de la cornisa cantábrica y con la que colaboré en sus inicios gratis et amore (si ponen en google “El triste sino de llamarse Nabo”, se reirán un rato).
En principio la idea es genial porque consiste en que un grupo de amigos organicen una disculpa para montar comilonas, hacer viajes, disfrazarse y, de paso, promocionar los productos artesanos de su pueblo. Hasta ahí todo bien, lo malo es cuando entran en la fase espuria, incluso política, entonces las cosas se tuercen.
Yo fundé y fui presidente de algunas, como la de la sidra o la del queso Gamoneu, dos productos emblemáticos de la gastronomía asturiana casi desconocidos en el resto de España. Gasté mucho tiempo y hasta no poco dinero en estos proyectos, pero claro, como soy un poco capullo, no entendí que el truco del almendruco consistía en trincar subvenciones municipales o incluso autonómicas. No había intereses económicos ni personales, porque hay quién hasta ha hecho carrera política a través de ellas, así que el día que me cansé de tirar del carro, me fui y las cofradías languidecieron hasta desaparecer.
En Asturias hay una ejemplar que es la de los quesos artesanos. Son personas importantes de Oviedo que aman nuestros quesos y cada mes se reúnen para catar y debatir sobre uno nuevo que debe aportar cada cofrade, por ejemplo si ha estado de vacaciones en algún país remoto. Cuarenta cofrades de número que cumplen encantados con sus cometidos y obligaciones desde 1983, más de treinta años promocionando nuestros quesos, una labor encomiable.
Pero no todo el monte es orégano, como ya he apuntado, porque hasta en Asturias, donde existía este ejemplar precedente, hay ladronzuelos que merodean por estos centros culturales en busca de una oportunidad para robar una ristra de chorizos o las propinas de los camareros en el comedor donde se celebran los capítulos.
Son parásitos de nuestra sociedad, de esta forma de vida rica que no reacciona ante quienes nos chupan la sangre.
Acabo de ver una creada por cierto personaje que lleva años viviendo de esto de forma bastante repugnante, que ha embaucado a un hostelero para financiar una cofradía de amigos de su bar, uno de esos que tienen en sus paredes todas las condecoraciones a la venta en el mercado de la hostelería. Comilonas gratis a cambio de ego. Patético, pero lo más nauseabundo es que hay consumidores que se lo creen y vienen a preguntarme “¿Has visto a fulanito?. Está en todos los saraos y le han nombrado cofrade de Orden de los descarriados de San Ildefonso. ¡Menudas medallas y collares que lleva!”
De modo que cuando me llegan correos pidiendo “Se ruega la máxima difusión”, yo les respondo: “Denme de baja en sus agendas”.
Blogs, webs, redes y demás nuevos medios de comunicación están al servicio de estos nuevos truhanes. Cuatro conocimientos sobre informática y ya tenemos un nuevo comunicador gastronómico o de vinos.
Mientras empresas como esta, que pagan sus impuestos, sus alquileres, incluso a sus trabajadores y colaboradores, ven cómo la competencia desleal y oportunista roba protagonismo a sus opiniones honestas y contrastadas, a cambio de un plato de lentejas y ante la impunidad administrativa.
 

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